jueves, 9 de junio de 2011

Historias de amor y de espías

Agentes comunistas seducían a funcionarias de Alemania occidental Y ellas les contaban todos los secretos


En tiempos de la Guerra Fría, cuando Alemania estaba dividida, los espías de la parte oriental y comunista no sólo hurgaban en los secretos del enemigo capitalista; también se convertían en Romeos para introducir en el negocio a enamoradizas chicas, empleadas en ministerios occidentales. El servicio secreto ruso -el temible KGB- tenía un batallón de galanes con labia y tacto para seducir a potenciales Mata-Hari. Busquen a las secretarias. Son mejores que los jefes, habría ordenado el director del espionaje de la Alemania comunista, el célebre Markus Wolf, que reportaba a Moscú.Los nuevos datos surgen de publicaciones editadas en estos días en Alemania, con motivo de cumplirse el 9 de noviembre los diez años de la caída del Muro de Berlín. En su libro Espías por Amor, la periodista alemana Marianne Quoirin explica que los Romeos preparaban sus golpes con la precisión de un comando: se planificaba hasta el último detalle del acercamiento, la seducción, la posible escena al revelarse que él era un espía, el plan para fugarse y la presentación del colega, a quien, tras un tiempo, se dejaría como nuevo correo de la mujer engañada.Así, por ejemplo, el agente Heinz Sütterling recibió a fines de los 50 la orden de conquistar a una secretaria en una posición clave en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania occidental. Sus jefes le presentaron las biografías y las fotos de varias candidatas. El apostó por una chica de buena familia llamada Leonore.Una tarde se presentó en la puerta de su casa con un ramo de rosas rojas y preguntó por una mujer con otro nombre. Leonore le dijo que no era ella, que todo era una confusión, pero finalmente terminó cenando con el desconocido.Según relata en su libro de memorias el ex profesor de espías Heinz Günther, los servicios secretos de la Alemania comunista -la Stasi- daban clases sobre las opiniones características, los aspectos psicológicos y los intereses sociales de ciertos grupos de alemanes occidentales con los que se buscaba entrar en contacto .Entre los más buscados estaban los estudiantes, los científicos y, sobre todo, las secretarias. De éstas se estudiaban las debilidades, los gustos, los traumas y las tendencias, para facilitar luego el acercamiento. Se seleccionaban las que fueran políticamente correctas, indiferentes, estuvieran solas, salieran de un fracaso amoroso, fueran de carácter débil o tendieran a la depresión.Estas historias eran sabidas entre las miles de secretarias de los ministerios de Bonn, ciudad de Alemania donde el novelista John Le Carré trabajó y recogió ideas para sus famosas novelas de suspenso. Las empleadas debían asistir a sesiones de cine con películas testimoniales de mujeres que habían caído en la trampa, habían sido espías y habían fracasado. En los despachos había además afiches en los que se veía una pareja idílica con la siguiente leyenda: ~Cuidado! Hay una clave que abre todas las cajas fuertes: el amor.Como estaban advertidas sobre el peligro, algunas secretarias hacían investigar a sus nuevos novios. Así actuó Leonore, la hija de un renombrado abogado, que tenía un puesto de secretaria en el Ministerio de Exteriores. Les dio a sus jefes todos los datos de su nuevo amigo, el fotógrafo Heinz Sütterling, quien casual y sospechosamente había aparecido una tarde en la puerta de su casa. Poco después le respondieron que se quedara tranquila, que su prometido estaba limpio. Cuando Leonore y Heinz se casaron en el 60, ella ignoraba que su flamante esposo era un agente del KGB. Poco después, bajo el alias Lola, ella también lo sería. Comenzó a dar información y a entregar documentos a su marido hasta que, en el 69, el jefe de ambos se pasó a la CIA y los denunció. Leonore terminó en prisión, donde al poco tiempo se suicidó.Como ella, al menos otras quince secretarias de los ministerios de Alemania occidental fueron procesadas por trabajar para servicios secretos orientales.Algunas lo hacían sólo por no perder un amante o un amigo. Otras, por amor a la aventura o porque las fascinaba el mundo clandestino de los servicios secretos, escribe la periodista Quoirin.Durante su juicio en Düsseldorf, Gerda O. explicó: Con el espionaje, de repente pude ser alguien. Me tomaban en serio, me escuchaban, me trataban como a un adulto, dijo.Secretaria del ministerio de Relaciones Exteriores de Bonn, a los 21 años Gerda comenzó a colaborar con el servicio secreto germano-oriental con el alias Rita.Al entregarse años después a la policía de la Alemania reunificada, se enteró de que una secretaria de la Cancillería, llamada Dagmar, compartía con ella la profesión y el mismo novio espía, que a su vez tenía esposa y familia legales en Berlín oriental. 

EDANT.CLARIN.COM

No hay comentarios:

Publicar un comentario